Nos asomamos al cuarto año seguido de precipitaciones cada vez más escasas, lo cual hace que las previsiones para la próxima campaña no sean nada halagüeñas. A esta situación de sequía debemos además añadir la ola de calor sufrida a finales del pasado abril, en plena fase de floración con una exposición de los cultivos a temperaturas cercanas a los 40ºc.
España está en estado de sequía meteorológica desde enero de 2022 y además de la influencia irremediable sobre la agricultura de secano, la disponibilidad de agua para el olivar de regadío se está viendo muy comprometida. En la última comisión de desembalse de la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir, se le ha otorgado a los olivares una concesión de 400 metros cúbicos por hectárea, mientras que la dotación en condiciones medias es de 1.250 metros cúbicos por hectárea.
Los olivares se secan y los agricultores se asfixian, pero el grueso de la población también se verá afectada cuando vaya al supermercado a comprar uno de los productos fundamentales en los hogares españoles: el aceite de oliva.
El sector primario en general, y el de la oliva en particular, es inestable por definición, pero las malas cosechas se han ido alternando con otras buenas que concluyen en un equilibrio a medio plazo y largo plazo. El cambio climático está desestabilizando estos ciclos y nosotros solo podemos seguir mirando al cielo todos los días y esperar que llueva.
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